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Enseñando desde la incertidumbre



Por María Pilar Sánchez Fernández





Cuando decidí darme la oportunidad de dedicarme a la enseñanza, llevaba más de una década trabajando como periodista. Más que una decisión, fue una consecuencia lógica de mi evolución profesional pero, sobre todo, personal. Pasé del periodismo cultural al periodismo social, hablando de proyectos sociales, y me convertí en madre, lo que me llevó a realizar múltiples cursos sobre crianza y educación respetuosa. Cuando terminé la carrera, ni siquiera existía el máster que se realiza ahora para el profesorado, sino que era el CAP, Certificado de Aptitud Pedagógica, que se podía cursar a distancia. Entre que obtuve ese título y que me enfrenté a mi primera clase, pasaron más de once años. Podía estar preparada como comunicadora pero, ¿qué sabía yo de conectar con una clase?
Cuando decidí cambiar de profesión tenía algo muy claro: iba a darme la oportunidad de dedicarme a mi primera vocación y, por otra parte, quería hacer algo diferente de lo que llevaba viendo en clase toda mi vida, como eterna estudiante que soy. Así lo conté en mi primera entrevista de trabajo, en una ONG que da cursos para desempleados y, precisamente por eso, me dieron mi primera oportunidad como profesora.

La asociación donde trabajo se encuentra en uno de los barrios más deprimidos de mi ciudad y uno de sus cometidos es ofrecer cursos subvencionados por el Servicio de Empleo y Formación (SEF) de la Región de Murcia, para ampliar las posibilidades laborales de sus usuarios, desempleados mayores de dieciséis años y en riesgo de exclusión social. En mi caso, necesitaban una profesora de Lengua para los cursos de Competencias Clave, que equivalen al título de la ESO dentro del SEF, que son imprescindibles para poder acceder a cualquier certificado de profesionalidad de nivel 2.

Cuando me enfrenté a mi primera clase decidí confiar en mi intuición y en la capacidad de mis alumnos para aprender, no podía hacer otra cosa. Aunque intenté preparar los contenidos una y otra vez las semanas anteriores, no me sentía segura ni encontraba una fórmula que fuera a funcionar. Una semana antes de comenzar, tuve la gran suerte de asistir a una  conferencia deCarlos González sobre el nuevo paradigma educativo. Aún no lo sabía, pero este fue el comienzo de un viaje sin retorno dentro de mi búsqueda personal hacia una nueva manera de enseñar. González lleva más de veinte años investigando sobre cómo educar empoderando  y su manera de entender la enseñanza me dio la clave, conectar con los alumnos, escuchar sus necesidades. Como eterna estudiante, a menudo, he pasado ratos de sufrimiento en clase, por aburrimiento, por estrés o, simplemente, por falta de interés en cómo se presentaba la materia. Así que, lo que tenía claro es que no podía permitir que mis alumnos, por lo menos en mi rato de clase, pasaran por lo mismo.
De acuerdo con la neurociencia, la única manera de adquirir conocimientos a largo plazo es a través de la emoción. Hay que tener en cuenta que los alumnos de  estos cursos poseen conocimientos muy básicos sobre cuestiones como la ortografía, por tanto, el objetivo ya no es que saquen el título, puesto que muchos abandonarán por diversas circunstancias, sino que hablen y escriban mejor en adelante. Javier Herrerro, creador del ambiente educativo Ojo de Agua asegura que “el aprendizaje es un proceso que sólo uno mismo puede desarrollar. Nadie puede aprender por cuenta de otro porque aprender supone la transformación, el crecimiento, el desarrollo interno de uno mismo a través de la interacción con el medio exterior.”

Paralelamente a este curso, empecé a realizar una formación como acompañante en escuela libre en infantil yprimaria con la socióloga Cristina Cano Valle, en el Colegio Peñas Blancas. Desde que me convertí en madre, había realizado diversos talleres sobre educación respetuosa y este curso cambió por completo no solo mi mirada hacia la infancia, sino hacia mis alumnos adultos. En definitiva, se trata de escuchar y respetar al otro, como hijo o como alumno. Esta formación me llevó a conocer iniciativas como la del espacio educativo Ojo de Agua. Encontrarme con su fundador, Javier Herrero, fue crucial para mí, a nivel profesional pero también personal. Su mirada totalmente diferente, la educación que propone basada en la libertad de los alumnos para diseñar el currículo dentro de su escuela y en la confianza, cambió mi forma de entender la enseñanza.
En un curso del Servicio de Empleo y Formación de la Región de Murcia, poco puedo hacer a la hora de diseñar el currículo, ya que las Competencias Clave, que es como se denomina el curso que imparto, vienen determinadas por el currículo oficial. En cambio, sí que puedo modificar mi mirada hacia los alumnos y, eso, ya es un cambio grande, muy grande, puesto que ellos no esperan ser escuchados; en muchos casos, no esperan nada más allá de lo que han obtenido hasta la fecha: un fracaso.

Uno de los puntos fuertes de mi asignatura es que permite trabajar la educación emocional, el empoderamiento, la escucha activa o las habilidades sociales. Así, los alumnos pueden hablar de sus frustraciones respecto al propio curso, a su situación laboral, y les resulta más llevadero el proceso. El porcentaje de éxito en estos cursos, entre los alumnos que perseveran, es muy alto. Además, la ONG realiza una labor de seguimiento personal, a través de trabajadores sociales, que se encargan del caso particular de cada alumno, y que resulta de crucial importancia a la hora de motivarles para poder finalizar el curso. La labor de estos junto a la motivación en clase, posibilita que los alumnos consigan unos resultados totalmente inesperados cuando comenzaron.

A partir del segundo curso que impartí, me gusta presentarme no como profesora, sino como acompañante en el propio proceso de aprendizaje de cada uno. Suelo ver sus caras de extrañeza cuando les explico esto el primer día. Pero siempre me sucede, los que realmente tienen una motivación fuerte o los que consiguen conectar y disfrutar en clase, esos son los que finalizan estos cursos y los que, verdaderamente, consiguen mejorar su cultura general, a la vez que disfrutan de lo que están haciendo, que es lo más importante.




Comentarios

  1. Me parece tremendamente interesante el uso de las emociones y de la escucha activa en las áreas lingüísticas, desde mi punto de vista son herramientas clave para que las personas se desarrollen y para que el alumnado inicie su implicación y conexión al grupo y a la asignatura. Me gustaría que contases algo más de como lo llevas a cabo en el aula para tomar ideas. Gracias.

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  2. Durante los dos últimos cursos, han surgido problemas en el aula que han generado el malestar de los alumnos, muchas veces derivadas la actitud en clase de algunos de ellos. Para poder solventar el problema y, de paso, trabajar la escucha activa, lo trabajamos realizando una asamblea en clase de lengua. En ella, yo solo intervengo como moderadora pero, antes de comenzar, sacamos el esquema sobre el que trabajamos los principios de la escucha activa y uno de los alumnos lo escribe en la pizarra, esas son las normas. En principio, todos pueden expresar su opinión, pero de manera respetuosa, a pesar del malestar, y todos deben escuchar hasta el final las intervenciones de los compañeros. Ellos van poniendo palabras a cómo se sienten, aunque al principio les cuesta, y van escuchando los puntos de vista de los compañeros, sin interrumpirse y validando las opiniones de los demás. De esta manera, trabajamos también las emociones y la comunicación no violenta. Suele ser una actividad intensa y muy enriquecedora para todos.

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