Como podemos comprobar cada día, el futuro que se avecina ofrece pocas seguridades y muchas incertidumbres. Instituciones y formas de vida tan arraigadas como el empleo estable, la casa en propiedad o la familia, tal y como las hemos conocido, están llamadas a desaparecer o se están transformando profundamente.
¿Qué tendría que cambiar en nuestra forma de aprender y de educar para que nuestro sistema educativo deje de ser anacrónico y esté en armonía con los espacios y los tiempos en los que vivimos?
Aunque parezca una contradicción, una de las primeras medidas sería abandonar el utilitarismo de los conocimientos; dejar de aprender con la intención de usar y empezar a hacerlo para formarse, para darse forma como persona. Aprender a leer es útil, pero es mucho más que eso. Leer no es traducir lo que está escrito, ni comprender y ejecutar correctamente una secuencia de instrucciones; leer es descubrir qué hay más allá de las palabras, encontrar su ritmo y recuperar las asociaciones y pensamientos que las vinculan. Leer, en realidad, es volver a escribir, haciendo nuestro lo que ya está escrito. Pero no es así como se enseña la lectura. Y lo mismo podría aplicarse para el cálculo, el dibujo, la historia, la física o cualquier otro de los saberes convencionales.
Un segundo cambio, que está relacionado con el anterior, es dejar de enseñar lo que creemos que se va a necesitar y empezar a enseñar lo que ahora se necesita; es decir, proporcionar aquello que tiene un sentido para el que aprende, aunque solo sea el de disfrutar con ello. Por ejemplo, diseñar y construir el prototipo de un coche que se mueve es mucho más concreto y tiene más significado que calcular su velocidad o describir el funcionamiento del motor de explosión; además es muy posible que, después de construir el coche, se quieran aprender estas cosas.
Se trata de resolver un problema real, una situación concreta, que no es trivial pero que está dentro de nuestras posibilidades, con todos los conocimientos y habilidades que tenemos en este momento, así como con aquellas que tendremos que adquirir o desarrollar durante el proceso.
Y este enfrentamiento con situaciones en las que somos los protagonistas y no solo los ejecutores debería conducir a una concepción distinta del acierto y el error, el éxito y el fracaso, lo correcto y lo incorrecto, lo verdadero y lo falso y tantas otras dicotomías asociadas a nuestra necesidad de seguridades. Sería una forma de descubrir que el mismo problema se puede resolver de múltiples formas diferentes y que, mientras se buscan, es habitual equivocarse y enmendar lo que se hace, aprendiendo de ello. Esto nos volvería más flexibles y menos propensos a tener prejuicios, que son dos de los requisitos indispensables para enfrentarse a lo desconocido, en oposición a la rigidez y el dogma que suelen acompañar el mundo de lo académico.
No hay fórmulas ni recetas para diseñar la educación del futuro, pero todas las tentativas que se hagan deberían estar dispuestas a intentar cosas nuevas, conservar aquellas que son válidas y abandonarlas, para empezar de nuevo, cuando dejan de serlo o ya no se necesitan.
Refiriéndome a mi propia experiencia personal, me gustaría hacer una crítica a la formación universitaria. En mi opinión, sigue estando demasiado orientada hacia el profesor, el catedrático; incluso hacia el administrador, lo cual aún me parece más grave, porque, si bien es cierto que el sistema de gestión es fundamental, no hay que perder de vista que éste debe estar siempre al servicio del usuario, en este caso, los estudiantes. Un ejemplo es la propia organización del currículo en créditos, que no es más que una adaptación para satisfacer los deseos de los profesores y no las necesidades de los estudiantes.
En mi opinión personal, a la hora de establecer la duración de los estudios, no se pueden mantener criterios iguales para todos, porque lo que para unas personas requiere menos tiempo, para otras puede suponer más. Es decir, la reducción que se ha llevado a cabo, se traduce en hacer una carrera demasiado rápido o demasiado lento. Cuando el criterio debería ser que dure lo que tiene que durar en cada caso. La educación universitaria debería tratarse de un proyecto de formación a lo largo de la vida. Por tanto, se deberían respetar las diferencias individuales, cosa que no contempla el modelo al que nos referimos.
Ya no sé si me alegro o no de compartir tu punto de vista. Todo lo que comentas, que anteriormente se daba por establecido, bueno y duradero, hoy en día tiene sus bases en entredicho.
ResponderEliminarLas formas de enseñanza y aprendizaje se modifican, torsionan, se les extrae la esencia para ser de nuevo regeneradas en una nueva forma.
Se acuña el término de nómada digital como una nueva forma de vida en que se llevan al lado opuesto estos puntos que tocas. Vive al día, aprende al día, practica el día... ¿y el mañana? ¿no son necesarias estrategias? ¿o nos hacen pensar que el dejarse llevar y no abrir los ojos hasta que llegas al destino, es la mejor forma de moverse en este mundo dinámico?
Entiendo que cuando viajas por carreteras ya hechas, no has de plantearte nada y solo debes rodar, pero esto sólo es así, porque alguien antes ya lo hizo por tí. Aunque tú no diseñes tu camino, alguien si lo hizo y en profundidad. Luego es correcto no pararse a diseñar y procesar, y puedes volar por esos caminos de conocimiento con seguridad. Pero esto termina allá donde el asfaltado desaparece, y te enfrentas a lo nuevo y desconocido.
Adentrarse en ese más allá del conocimiento sin buenas herramientas, geniales estrategias e inteligentes movimientos, hacen del libre albedrío el motor de tu avance, es la probabilidad la que marca tu éxito o fracaso... ese es el ritmo de avance de la naturaleza... pero ese no es el ritmo que hoy en día se nos vende, y triunfa entre nuestros jóvenes... ¿Hay contradicción?
Muy interesante tu comentario. Es cierto que debemos enfrentarnos a lo nuevo y lo desconocido sin temor a cometer errores.
ResponderEliminarMe gusta el post, comparto con Manuel que no sé si alegrarme de compartir esta posición pero también creo que los cambios pueden ser buenos, una oportunidad de avanzar y crecer como sociedad.
ResponderEliminarMi asignatura se imparte normalmente a los 13 y 14 años es una asignatura muy técnica para la que hay que tener una madurez que no tod@s tienen con esa edad.... hay alumnado que la entiende y disfruta pero otros necesitarían cursarla más mayores. Pero el plan de estudios no tiene en cuenta las diferencias entre las personas y condena a algunos pequeños a intentar comprender cómo se compone una obra, cosa que para algunos es una abstracción demasiado compleja. Yo creo que la incertidumbre no es no tener perspectivas del camino a hacer sino que cada decisión esté adecuada al contexto en el que se toma y que esas decisiones me llevarán a tomar otras y que mi incertidumbre es diferente de la tuya porque no somos iguales.
ResponderEliminarEste curso he tenido 3 parejas de mellizos y 1 pareja de hermanos. Genéticamente muy parecidos ambientalmente educados en un entorno común y con relaciones amistosas idénticas, mismos centros educativos y tan diferentes en cuanto a la comprensión y aprendizaje de mi asignatura. Los mismos mecanismos no servían para el aprendizaje de cada pareja de hermanos. Hago un cuaderno para mis alumnos y debería de hacer un cuadernillo diferente para diferentes alumnos porque a unos les resultan motivadoras un tipo de actividades y a otros otras.